Donde SI queda la tierra prometida.

Donde SI queda la tierra prometida.

Cuando era chiquita me parecía que al sentarme mis muslos eran muy gruesos. A pesar de que mi mamá siempre me decía que era hermosa, absolutamente hermosa, yo me sentía un poquito gruesa. Sin embargo nunca fue un problema grande para mí. Digamos que me sentía estándar, pero “piernoncita”.

Siempre fui muy deportista, lo hacía por puro placer. Jugaba tennis, esquiaba en el agua, caminaba con mis amigas por horas. También era super comelona, siempre tenía buen apetito, especialmente por el dulce.

En algún momento de la adolescencia bajé muchísimo de peso sin quererlo ni buscarlo. Y me gustó mucho cómo se sentía  a pesar de que mis papás todos los días me repetían que estaba demasiado flaca. La verdad es que no dejaba de comer, ni tenía problemas de alimentación, quizá las prioridades habían cambiado y adolescente tenía demasiadas cosas por dentro como para prestar atención a la comida.

Más adelante volví a ganar el peso de antes, es decir “estándar” y eso si no me gustó. Pero cuando uno hace esfuerzo para bajar de peso, es horrible. No es sino que a uno le digan que no puede comer dulce, para que la publicidad y la cabeza lo bombareen con imágenes de galletas, conos y tortas. Todo con un agravante y es que a mí me encantaba cocinar repostería. Entonces le pedí a mi mamá que me llevara donde una nutricionista. Ella que siempre fue más de la onda naturista, me dijo que había encontrado una muy buena que era médica y experta en metabolismo.

Cuando no sabes nada de medicina, y menos que menos de tu cuerpo, lo que un médico diga, es palabra de Dios. Así que intenté seguir al pie de la letra el “régimen” que ella me había puesto, pero a la cita siguiente y a la siguiente, no solo no había bajado sino que creo haber subido de peso. Y la cosa estaba grave porque mi estándar era “quiero volver a ser flaca como hace unos años”. Entonces ella me dijo: “te voy a ayudar” y me mandó unas pastillas costosísimas que me acuerdo que se llamaban “Moltoben”. Me dijo que habían sido aprobadas para tratar la obesidad infantil en Estados Unidos.

Yo me las empecé a tomar con un poquito de miedo y reserva. A los días creo haber bajado un poco de peso, no sé, pero lo que más recuerdo es haber descubierto en internet que estas pastillas se usaban para la depresión y que tenían como efecto secundario la disminución del apetito (obvio, porque bajaban la ansiedad!). No me gustó para nada estar tomando una droga psiquiátrica sin necesitarla. La dejé de tajo y empecé a sentir la desazón y el vacío que supongo sienten las personas cuando se deprimen… porque si bien mi temperamento había sido una tempestad por muchos años, nunca había experimentado esa falta de todo que sentí por esos días.

Un año después me fui a vivir a China con una amiga. Los primeros meses nos tragamos ese país literalmente. Comíamos todo lo que se nos atravesaba, y debajo de las siete capas de ropa que usábamos para soportar el invierno, pronto tenía muchos kilos de más. Me acuerdo que en la navidad, cuando apenas llevábamos un poco más de un mes, me senté a hacer el cálculo de los kilos que ya había subido, por los meses que me faltaban y eso daba como 24 kilos. Aún estaba a tiempo y dije NO MÁS!

El 1 de enero de 2006 mi amiga y yo empezamos lo que denominamos “el ramadán”. Juntas empezamos a cuidarnos del dulce y “las harinas”, dejamos el té con leche callejero que nos tomábamos todos los días y la probadera de cuanto dulce se nos atravesaba por el camino. De los 8 meses que me fui a China, solo 4 los viví con ella y después me quedé SOLA. Sola y con 21 años, con una soledad que me sabía muy mal, con un apartamento vacío, un país desconocido y demasiado tiempo libre. Además el presupuesto era limitado. El invierno estaba por terminar y sentí muchas ganas de meterme a un gimnasio. Pero muy pronto me di cuenta de que con la caminadera era suficiente.

Por ratos sentía ganas de ahogar mi soledad en la chocolatina Dove blanca que era mi favorita allá. Y me imaginé yendo al gimnasio a quemarla y volviendo donde la famosa médica a pedir ayuda con los kilos extra con los que llegaría. Me imaginaba el cansancio porque siempre he sido buena para el gimnasio y para sudar. Pero algo ya estaba cambiando: ya no me gustaba tanto la fatiga, había aprendido a quedarme quieta, a disfrutar acostarme a leer, había empezado a hacer yoga, a comer más sano y menos cantidad. Cocinaba solo para mí y mercaba máximo para 2 días para no botar alimentos.

Rápidamente entré en un equilibrio completamente desconocido para mí. Me sentía plena, liviana, activa, con excelente estado de ánimo. Comer era una meditación para mí, el dulce no era un premio ni un castigo, casi ni un antojo… me comía de vez en cuando un helado de liche y jengibre que amaba y lo hacía con cero remordimiento.

Volví super flaca. Me había caminado Shanghai completo, había hecho yoga todos los días. No tenía vida social. Estaba en paz. Ser flaca no era mi objetivo, simplemente había sucedido.

A alguna gente no le gustó. Empezaron a opinar todo el tiempo de todo. Que pareces enferma, que come más, que si te volviste anoréxica allá. Yo comía y comía para que supieran que eso no era cierto. No podía con la presión, no me dejaban en paz a pesar de haberles contado que ni un solo día me había saltado una comida principal y que había pasado aliviada y feliz como nunca antes. Mi paz estaba desapareciendo y volví a entrar a la batalla del peso, de quiero seguir siendo flaca, tengo que aguantar la presión, tengo que hacer ejercicio, graduarme de la universidad e irme a estudiar yoga, quiero a la gente, pero quiero estar sola, necesito volver a sentirme como hace unos meses, pero ya qué se fue la magia, no sé por dónde recuperarla. ¿Fue China? ¿Fue la soledad? ¿Fue el yoga? ¿La independencia? ¿La alimentación? ¿La caminadera? Esos meses fueron y seguirán siendo para mí, uno de los espacios más felices que he vivido.

El yoga trajo consigo el vegetarianismo. Cuando te quitan la carne del plato (yo me la quité, yo tomé la decisión libre y muyyyy felizmente), te quedan solamente las verduras y el arroz (o la papa, la yuca, el plátano). Al cuerpo le da más hambre y se llena por más poco tiempo al comer.

Decidí empezar a aprender. Decidí que no delegaría nunca más mi salud porque la última vez que había ido donde un internista porque me sentía desalentada y somnolienta, me había mandado a tomar antidepresivos cuando lo que tenía era falta de hierro. Ese error no pensaba volver  a cometerlo así que me dediqué a leer y a ensayar. Además me habían diagnosticado recientemente Tiroiditis de Hashimoto, una enfermedad autoinmune que heredé de mi mamá y otras mujeres de la familia.

En esta búsqueda de la salud me encontré de todo: otra vez un gastroenterólogo me dijo que lo mejor para bajar de peso era una droga que se llamaba Xerogras y otra No Carb o algo así. Servían para no asimilar la grasa ni los carbohidratos. ¿De qué voy a vivir entonces? Pensé. Y boté la fórmula médica sin comprarla.

Entendí que este proceso sería solamente mío, y que llegado el momento hablaría con algún médico en el que pudiera confiar parte de mi salud.

Entre los libros que leí están The China Studdy, Clean, Clean Gut, Eating and Fasting for Helath, Why do I still have Thyroid Symptoms, The Thyroid Diet, Doctor Yourself, Superfoods, la mayoría en inglés porque aquí nadie me daba solución distinta a “tómese la pastillita de la tiroides y venga a revisión cada año”. Pero yo leía y ensayaba porque sabía que podía sentirme mucho mejor de lo que ,e estaba sintiendo, sobre todo a nivel de mi energía.

Y es que ya me importaba un bledo el peso. Por muchos años ya (a excepción de los embarazos), he pesado lo mismo y me he sentido super bien con mi cuerpo. Muchas amigas se habían inyectado cosas y se habían tomado pastillas, pero yo había puesto ya mi límite “lo que el ejercicio y la buena alimentación puedan hacer por mí”, acompañado de “no tomo  nada, no me inyecto nada”. No juzgo a los demás, pero decido tomar lo que siento es más correcto y alineado con lo que he decidido para mi vida.

Hace un tiempo el esposo de una amiga me dijo que “qué pereza para vos que te vas a  morir tan aliviada”. Pero yo he visto a mis papás enfermarse los últimos 5 años y vivir con enfermedades crónicas muy dolorosas y molestas. Y es que ya decidí que el problema no es morirse, ni el dilema es vivir 100 años, sino tener calidad de vida mientras estemos aquí. Depender menos de otros, amar y gozar este cuerpo, tener una mente sana, porque si no para qué músculos y cuadritos. Tener relaciones placenteras con quienes nos rodean porque sin ellas casi todo carece de sentido. Y finalmente devolver la comida a su lugar de disfrute, pero no al centro de la existencia.

Porque si desperdicié muchos años queriendo pesar 3 ó 4 kilos menos, enfocada en qué hacer para lograrlo, ahora me interesa usar mi tiempo para realizarme como ser humano.

Qué pequeño se nos ha vuelto el mundo: el tarro de proteína, el gimnasio, las pesas, la peluquería y la clínica estética. Mientras tenemos tanto para avanzar, para viajar, para leer, para amar, para bailar, nos estamos gastando el tiempo pensando en cómo se nos va a ver el bikini o cómo vamos a salir en la foto con él puesto.

Yo renuncié a tiempo porque la verdad es que el ideal del cuerpo perfecto es un espejismo del desierto: siempre que crees haber llegado, descubres que queda más lejos. Y en el camino hacia él dañas tu salud y vives como autómata los mejores días de la vida despertándote a cumplir unas rutinas militares insostenibles. Y suponiendo que llegues finalmente al destino deseado, descubrirás que allí tampoco era la tierra prometida y que los vacíos que creaste, te alejaron más de ella. 

Por eso creo en seres completos, alineados con un propósito más profundo y al mismo tiempo enamorados de su normalidad, pero llenos, llenitos por dentro.

Descubrí que lo que tanto había amado de mis meses en China había sido el silencio, la oportunidad de reflexionar, la dicha de haberme enamorado del yoga, y el placer de ver cómo cuando todo estaba en su lugar, llegaba la escritura a reclamarme, porque la inspiración me desbordaba.

¿Y esa? Esa SI es mi tierra prometida.  

Comments (2)

  1. andrespalaxio

    Excelente tu historia

  2. Alejandra

    Gracias Gracias Gracias!

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