Tráfico de recuerdos
13 junio, 2017 2022-01-11 9:08Tráfico de recuerdos
Tráfico de recuerdos
Como en la canción de Celine Dion “Its all coming back to me, its all coming back to me, now” (Todos está volviendo a mi, todo esta volviendo a mi ahora), hay tráfico de recuerdos en mi mente, que se enmarañan con los nervios en mi barriga. Por estos días previos a irme a China, no logro distinguir entre el miedo de dejar a mis hijos 10 días, el pavor y la claustrofóbica incomodidad de montarme en aviones por 42 horas netas, y la expectativa de volver a citarme con la ciudad que cambió el rumbo de mi vida para siempre.
Ya volvieron los recuerdos de mis pocas frases de mandarín, negociando los regalos en los mercaduchos callejeros. Los sueños vívidos y coloreados que me acompañan siempre en los días de viaje, ya visitaron las dulcerías donde compraba mis antojos como jugando lotería: a veces me salían delicias, otras (muchas) pegotes incomibles.
La última vez que fui a Shanghai, era soltera y no tenía hijos. Me fui 2 meses a hacer una certificación de 500 horas. Medité, hice yoga hasta el cansancio, aprendí a tomar jugo verde y me volví vegetariana. Madrugaba a mis clases en una ciudad extrañamente silenciosa que aún no se despertaba. Una que otra vez las ratas me pasaron rozando las botas de invierno (por fortuna, gruesas) y yo saltaba y gritaba, la ciudad a esas horas era solo mía. Tres años antes de eso ya había vivido allá 8 meses a mis anchas, había tenido tiempo de aprender a habitarla con la infalible metodología de ensayo y error. Recuerdo muy especialmente que el bus que me llevaba de yoga a mi casa era el número 23. Yo no entendía porqué a veces me dejaba en la puerta y otras seguía de largo al menos un kilómetro más. Necesité un buen tiempo para entender que uno tenía un caracter chino distinto al otro. Entonces aprendí a correr lo que fuera necesario para coger el 23 “con la cajita con la X”, que nunca supe qué significaba, pero era el que de verdad me correspondía. Y así fue para todo, porque en China, así yo chapaliara “chino” y los chinos juren que hablan “inglés”, la barrera no solo es el idioma, sino diría yo, la cultura. Usted a un chino no le hable muchas cosas al tiempo, no le hable con rodeos, no le dé mucha explicación. Ellos son super eficientes, impresionantemente mecánicos en sus labores. Cuadriculados y pegados de la norma. Cualquier latino es su antónimo, y una conversación entre ambos, se puede volver demasiado pronto, una pesadilla.
Esta vez en cambio la recompensa por vencer mi miedo recién adquirido a volar, serán 24 horas en Manhattan y 5 días en China. Voy tan feliz e ilusionada como la primera vez, pero por la escasez de tiempo, si existiera la pastilla para no dormir, ya me la hubiera comprado. Quiero estirar las horas para recorrer las calles, para estar sola, para volver a probar las frutas de temporada. Quiero comprar chécheres chinos, visitar mi antigua escuela de yoga y llegar en la noche aún con energía para escribir. Quiero leer, porque hace días no lo logro, llevo hasta los álbumes con 500 fotos por pegar, porque con los niños al lado, jamás lo logro. Quiero aprovechar a mi esposo, conversar, mostrarle a mi estilo y en mi lenguaje, la que algún día llamé “mi ciudad”.
Probablemente será un viaje que apenas se digiera con los meses que restan del año, porque tantas emociones juntas, tantas horas atrancadas, tanto desatrase de recuerdo, se tardarán un buen rato en asentar.
Yo sigo sin entender porqué la vida se organiza de manera tan perfecta, en años que se tratan de lo mismo, en etapas y “rachas”, en las que uno por ratos siente que está “condenado”. Este 2017 ha sido así, loco como este viaje que tengo al frente. Loco, repentino, lleno de cambios. Con una evolución impresionante que al mismo tiempo me ha obligado a repasar y repensar la vida, a mirar mi historia y a decantarla. Un año que me cogió desprevenida, me ha impedido “hacerme la loca”, me ha obligado a enfrentar todo lo que ha ido llegando. Un año de viaje interior, de añoranzas y recuerdos. Un año de limpieza, de movimiento y de desempolve obligado de rincones olvidados. El boceto de una etapa nueva que a ratos se adivina clara y perfecta, como otras vuelve y se nubla, se desdibuja y me cambia el panorama.
La semana próxima será como una ola de marea alta que revuelque aún más las cosas. Lo sé. Lo siento anticipadamente. Y estoy casi deseando vivirlo.
Y entre la expectativa, la planeación y la experiencia misma, tendré al menos la inspiración garantizada.
Ya siento llegar las palabras agolpadas.